No deja de provocar una cierta emoción saber de alguien que fiel al recuerdo de su abuelo dedica sus vacaciones a averiguar dónde reposan sus restos mortales. Enternece comprobar cómo un ser humano necesita identificar sus raíces para ubicar su recuerdo junto a los relatos que desde niño oiría contar en casa, unas veces para que quedara en su memoria lo injusto de las guerras y otras para, quién sabe, se sintiera orgulloso como nieto de alguien que peleó por lo que creía y llegó a morir culpable de sus principios.
Duele imaginar el momento en que Miguel, el andaluz que vino a Paterna para saber dónde estaba enterrado su abuelo, pisara la tierra que vio caer su cuerpo inerte frente a las balas del pelotón que llevaba su muerte en los planes del día.
Si duelen las guerras más duelen entre hermanos. En este caso fue un 31 de octubre de 1940 al amanecer. Comenzaba el día y una vida terminaba porque sí.
Espero que Miguel se llevara un puñado de esa tierra y dejara en el suelo toda, toda su rabia. Su abuelo seguro que lo preferiría para descansar sabiendo que lo que él vivió aquella mañana ya ha dejado de punzar en el corazón de casi todos los suyos. Ojalá que así sea, Miguel. Un abrazo.